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En un alejado rincón de la ciudad apenas iluminado por la luz de una farola se hallaba un alma. Torturada por el tiempo y la necesidad, por el hambre y la pobreza. ¿Arrepentida? No creo, pues nada malo hizo, solamente sobrevivir.
- Hey, mira allí, bajo la luz de la farola.
- Si, sé de alguien que nos va a proporcionar dinero y diversión esta noche.
- Que gracioso!! Se cree que por intentar acercarse a la iglesia nos vamos a arrepentir.
Si se hubieran parado a observar un poco más se habrían dado cuenta de que era una iglesia sacrílega.
- Vamos, agárrale de los brazos. Va a desear no haber nacido.
Una voz que pareció llegar al fondo de sus cabezas les dijo con voz de ultratumba "Yo nunca he nacido"
El puñetazo del ladrón no llegó a impactar. Una especie de alas membranosas le salieron al vagabundo por la espalda y con eso se libró de su opresor lanzandolo contra la pared. Ahora su mano derecha estaba agarrando el puño, que inocentemente había creido poder hacer algo contra él. Presionando, sin esfuerzo alguno, le destrozó todas y cada una de las falanges de la mano. Con la mano izquierda le agarró por el cuello y apretándole la garganta lo lanzó contra su compañero. Juntos formaban una involuntaria cruz invertida. Siempre con la mirada perdida, sin levantarla apenas del suelo, pues no eran dignos siquiera de su atención.
Puso aquel ser la rodilla en el suelo y clamando a los cuatro vientos, dijo: Padre, dos almas te entrego. acógelos en tu seno.
Y se alejó por el callejón, y sus pasos sonaban vacios. Y se adentró en la oscuridad, y su alma se notaba vacía.
Y llegó la mañana siguiente y otro caso disfrazado era mal atribuido a las misas negras y a esos ignorantes que decían saber de ocultismo.